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Pisagua: Huellas y Omisiones


“Pisagua: Huellas y Omisiones”

Artistas Juana Guerrero, Vania Caro Melo y María Inés Candia

Curatoria de Rodolfo Andaur.

Producción de Gabriela Alcayaga

“Al explorar la geografía del desierto tarapaqueño, desde este presente dinámico, plural y militante, observamos que una parte de Pisagua se ha detenido para siempre. Sin duda el paso del tiempo ha despreciado su patrimonio material, pero también el viento y el mar la han erosionado, un fenómeno que forma parte de esas metáforas que no dan tregua a la memoria. Ante este tétrico ambiente, construido desde una conciencia colectiva, Pisagua ha sido consagrada como aquella otredad que aparece tantas veces cargando una leyenda que claudica irremediablemente su propia historia. En resumen, el sitial de este pueblo resiste ante las peripecias de la economía global y lamentablemente al desconocimiento de toda una nación”.

Rodolfo Andaur

Las artistas tarapaqueñas proponen tres instalaciones que problematizan el territorio desde las heridas y memorias de un pasado doloroso que, bajo el paisaje desértico, se resisten a permanecer en el olvido y abandono.

En colectivo se han dedicado a investigar y recorrer Pisagua desde sus dolores. Hacer memoria para incidir en la reflexión colectiva ante el olvido que reina en base a los acontecimientos pasados y así debatir y cuestionar sobre historias que se siguen queriendo acallar.

Este proceso comenzó el 2014, contemplando trabajo en terreno, investigación de archivo, entrevistas y procesos previos de sociabilización con la comunidad de Pisagua e Iquique y ha sido expuesto en ambas localidades de Tarapacá y en la 6° versión de la Semana de Arte Contemporáneo de Antofagasta, SACO.

En esta oportunidad las artistas se presentan con nuevas lecturas para seguir poniendo en valor reflexiones en torno a la violencia a la que fueron sometidos chilenos y chilenas en dictadura, violencia que se perpetúa al mantener esta parte de la historia en el olvido.

Juana Guerrero, Vania Caro Melo y María Inés Candia

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Ver que un matinal que marca tanto raiting tiene entre sus filas como uno de sus estandartes a una mujer que no sólo apoyó activamente a Pinochet y sus acciones sino que aún en la actualidad lo hace y utiliza su acomodada situación y malentendida “libertad de expresión” para hacer mofa de eso.

Ver a un diputado violentar no sólo a las familias de víctimas de la dictadura (detenidos desaparecidos, ejecutados, torturados) sino que a la memoria misma sin ningún tipo de tapujos ni, claro, ningún tipo de consecuencias reales y a otra diputada hacer uso de su sesgada “perspectiva” histórica, desde la ignorancia y la comodidad.

Declaraciones de un gobierno que nos llama a empatizar desde la idea del “ustedes también entiendan”, en una dinámica del empate a la que ya nos estamos acostumbrando, de juego del gallito, primitiva, básica, de aquellas que aparecen cuando escasean los argumentos. Así, este último tiempo el concepto “relativización” ha adquirido una importancia nueva en mi imaginario, notarla tan groseramente en tantos discursos desde los poderes fácticos que tenemos encima nos devuelve la bofetada, y es que entendemos que debe ser realmente violento que duden de tu calidad de víctima, y qué decir, que pongan en juicio la que fue tu capacidad de resistir y combatir.

Es justamente en estos tiempos, de discursos violentos, donde pensar y hacer obra sobre lo acontecido en la dictadura sigue siendo una tarea ética para varios, cobrando otros matices y sentidos.

Personalmente, antes tuve un sentimiento de pudor y por qué no, algo de vergüenza, al pensar en algún proceso de obra sobre los crímenes contra los derechos humanos en dictadura. La sola idea de remover dolores me hacía cuestionar el valor que esto podía tener y si valía la pena, si bien sabía que era absolutamente importante seguir hablando del tema y no permitirse olvidar, existía también esa voz que me decía insistentemente “de que les va a servir”, “esto pasará y todo seguirá igual”, como si el hecho de que la obra en sí no influyera en un cambio real y concreto en el devenir de las cosas, la hiciera avergonzarse a sí misma y ocultarse. Era demasiada la presión, y la impotencia de ver como se seguían; y se siguen, sucediendo las cosas, teñidas de indiferencia, desidia y una muy bien cuidada inoperancia.

Y es que soy de una generación que si bien por la corta edad de ese momento no vivió a consciencia la dictadura, creció en un núcleo familiar de resistencia, entre relatos que impregnaron toda la infancia como una especie de designio no muy sutil; en algún momento y desde algún lugar, algo tendría que hacer con toda esa información y estímulos. En ese camino es donde siento que me encuentro hoy, rodeada de relatos, voces, fotografías y archivos que siento van apareciendo de a poco en algunos procesos y que siguen palpitando por hacerse presentes. Personalmente, el trecho ejercido en “Efecto Perimetral” y “Pisagua; Huellas y Omisiones”, ambos ejercicios colectivos de obra y exposición en torno a la figura de Pisagua como un personaje de importancia durante la dictadura militar del 73, se trató justamente de eso, de vaciar las ganas de hablar y poner en jaque la memoria oficial que tenemos como país, y las deudas que aún se mantienen con los territorios y sus habitantes.

Curiosamente, en este caso, hablando desde el arte contemporáneo es cuando no relativizamos la historia. Las violaciones sistemáticas a los derechos humanos sucedieron y las tenemos tan encima nuestro que nos cuesta tomar su proporción en la historia reciente. En mi adolescencia no lograba comprender el famoso “pero tú ni siquiera estuviste ahí” y me enfurecía la indiferencia de quienes, como yo, se habían criado en transición. Hoy comprendo de donde viene todo ese discurso y los factores que llevaron a que toda una masa de gente se mantenga en ese estado, sin embargo no suelo manejar muy bien el hecho de que, ya adulto, consciente y con el tiempo de por medio para calmar los ánimos y alejar los miedos, no pueda alguien tomar posición. Por esta razón, creo que fue tan relevante que estos procesos de obra fueran colectivos. Soy una convencida de que, si bien no todo debe ser necesariamente colectivo ni colaborativo; para no transformarse en una fórmula del éxito, cuando se trata de crear lecturas y relecturas de nuestra historia, tanto mejor si es entre varias.

Necesitamos la creación de un imaginario colectivo actual que contemple los delitos de lesa humanidad y el terrorismo de estado como algo real, concreto y cercano, y no como algo inerte y anticuado que vemos por ahí en alguna película. Debemos tomar posición y recoger aquellas deudas que se mantienen, no sólo con las víctimas y sus familias, sino que con toda una sociedad que ha ido creciendo a partir de ese horror no resuelto. Sobre todo hoy, que aún sabiendo que ocurren hechos de esta índole en nuestro territorio, los omitimos o los guardamos como sociedad en alguna especie de anecdotario de la democracia, como si, estar en un estado democrático garantizara de por sí que éste no se verá envuelto en ningún crimen.

Registro

Fotografías de Gabriela Alcayaga

Videos de Gonzalo Castro-Colimil


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