Escuchar Voces
- Vania Antonia
- 27 dic 2016
- 4 Min. de lectura
Residencia Festival Internacional de Arte Sonoro TSONAMI

“Con Con era el rey de las machas, llegó una empresa petrolera….eran así las lechugas conconinas, las frutillas, los pepinos, todo, … mataron, mataron todo eso, a los pescadores los dejaron en la ruina. Mataron las machas, mataron las lijas, mataron los pejerreyes. Ellos, el petróleo … nadie sacó la cara por ellos.”
Pescador Caleta Portales
Desde la casa se escucha la plaza. Cada fin de semana, partiendo desde el viernes, a cierta hora más decente, se empiezan a escuchar cumbias viejas y boleros desde la plaza Echaurren, mientras los hombres siguen ahí sentados, varios bien borrachos, otros esperando algo(suponemos). La vida de plaza se manifiesta en todo su esplendor, como un espacio de encuentro, de calma y de caos, sólo ir a sentarse allí y mirar, sin necesidad de espectáculos, de juegos ni dinámicas modernas de “plaza entretenida”. La vida se ve algo triste, pero sin embargo hay música. El señor de la plaza, con su parlante y su generador, pone música para sus amigos, sólo porque sí.
Ese espacio me parece perfecto para escuchar voces.


Investigué ciertos espacios de Valparaiso desde su sonoridad, en este caso, sonoridad ligada a la voz, a la oralidad. Y es que es la oralidad presente en un territorio la que me permite conocerlo. Aquello que se cuenta cuando pides un cuento.
Desde el andar voy decodificando un territorio que en gran medida me es ajeno, qué se habla en ciertos lugares, qué historias te cuentan ciertas personas, como una demografía del relato.
Desde la escucha del otro comienza un espacio de conocimiento de su territorio, cuando alguien habla no lo hace gratuitamente, siempre se puede dilucidar todo lo que viene tras él, su contexto y la forma en cómo se relaciona con el lugar. Si el lenguaje configura la realidad, entonces las historias deben ser como un mapa de lo que nos pasa como sociedad.
Así, recopilo historias de personas que transitan por las calles de Valparaiso, y me parece que el sólo hecho de invitar a alguien a contar cosas parece ser un acto de porfía, un poco violento, ante un ritmo que no pretende propiciar precisamente el diálogo, sino que al contrario, se establece en los centros de las ciudades como un ritmo de relaciones fugaces y eficientes, en donde la relación con el territorio es más bien funcional pero no de apropiación. Sin embargo, en ese contexto, algunos deciden conversar largo rato y contar sus historias (más de una) como es el caso de un pescador artesanal de la Caleta Portales o la señora (tía) Leo, de la Población Obrera del Cerro Cordillera. Así, la instancia de la conversación se vuelve una acción en sí misma.
Finalmente, estos relatos me son prestados, así que los devuelvo a la ciudad. Son emitidos a través del parlante de la Plaza Echaurren, su dueño lo presta, me cuenta que también a veces se lo presta al cura. Así, toda la plaza se transforma, pasa de la música cebolla y de la nueva ola a un sonido un tanto confuso, nadie entiende bien qué es, las voces del parlante que hablan de cuentos infantiles, leyendas urbanas y la ley de pesca se confunden con los autos y las risas y alguna que otra pelea.
Registro Intervención sonora en Plaza Echaurren, fotografías de Nelson Campos.
Lista de audios recopilados
Bitácora.
El relato cobró importancia como aquel sonido que me interesaba a la hora de buscar sonoridades, entendiendo que quería conocer desde el habitar un territorio, me planteé la oralidad como un elemento decidor de esta territorialidad, no quería ser yo la autora de este conocimiento sino que buscaba conocer desde lo que decide contarte un otro.
Acercarse a las personas e invitarlas a que contaran algo se volvió una tarea ardua, de a poco fue apareciendo un plano sonoro que me armaba al solo caminar escuchando. Así aparece lo evidente; quienes más quieren conversar son los vendedores de la calle, pero más los hombres que las mujeres, dueños de lanchas, pescadores y feriantes se vuelven aliados.
Luego de dos semanas llego a los pescadores de la Caleta Portales, más que historias de alta mar me cuentan relatos de su lucha en tierra. Llego y basta con preguntar por historias para que llamen al “indicado ”, una especie de elegido que no duda en disponer de un largo rato para pasar de cómo era la pesca en Con Con antes de que llegara la contaminación hasta la vez en que como protesta metieron un bote al congreso.
Como un rumor me llega también la historia de la denominada “Población Obrera”, un edificio calle arriba donado en 1898 para las familias de los trabajadores, un lugar difícil, que en el pasado y aún hoy un poco, fue altamente estigmatizado.
Voy, en el camino se me acerca gente a decir que para arriba es peligroso, que mejor no vaya, y aunque yo sé cómo moverme por estos lugares, que también son los míos, entiendo y camino con cautela. Llego y me aguarda un gran portón cerrado, espero a que salga alguien para meterme y dentro me mandan donde la señora Leo, que es la que sabe (igual que con el pescador) y que, aunque se nota a leguas que no tiene ni una pizca de ganas de conversar conmigo, me cita para otro día y me manda de vuelta con la tarea de pensar bien qué le quiero preguntar.
Luego viene la idea de devolver estos relatos a la ciudad, y me centro para esto en la Plaza Echaurren, los vecinos. Un lugar que pude mirar y escuchar en todas sus relaciones desde la ventana, y al que durante varios de esos días me fui a sentar, simplemente para observar toda su extraña vida. Cada fin de semana, partiendo desde el viernes, se empiezan a escuchar cumbias viejas y boleros desde la plaza, mientras los hombres siguen ahí sentados, varios bien borrachos, otros esperando algo (suponemos).
Allí está este hombre que con su parlante y su generador, pone música para sus amigos. Me acerco y le cuento mi idea, le gusta y el día acordado llego con el pendrive con los relatos recolectados para que suenen bien fuerte. Me cuenta que también a veces le presta el parlante al cura.
La idea de armar todo este juego tuvo que ver con el hecho de que el lenguaje constituye realidad y sociedad. Lo que decimos, nunca es gratuito, sino que tiene que ver con quiénes somos y desde qué lugar hablamos.
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